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viernes, 18 de noviembre de 2011

El azar, modificador directo de nuestras vidas

      De vez en cuando hay alguien que cuenta: "Y eso me cambió la vida". Encontrar la persona con la que se casó. O ganar mucho dinero en la lotería. O asistir a un sermón. O salvar la vida en un accidente gravísimo.

      Casi siempre, en la aparición de lo que consideramos tan decisivo, está la presencia del azar. ¿No es por una concatenación de casualidades por lo que conocemos a nuestra pareja? Piensen en si aquel día no fuesen a aquel lugar en el momento preciso en el que se encontraron con él o con ella. Si, acudiendo a una cita, poco a poco, con tiempo, no pasasen frente a una administración de lotería; si no fuesen a aquel funeral y no escuchasen aquel sermón; si el coche volcase hacia el otro lado...

      El azar modifica nuestra vida. Algunos dicen: "Estaba escrito". Creen en la fatalidad, que es mucho más triste. También los hay que opinan: "El hombre propone y Dios dispone". ¿Qué quieren que les diga? Si hoy me propuse presentarme a un examen sin estudiar, ¿Dios dispone que al profesor le dé un cólico y no pueda venir al instituto?

      Pido excusas por no creer en el destino ni en la milagrosa providencia. El azar, capaz de cambiar nuestra vida, que actúa cada día, en pequeños hechos que no valoramos, pero que van sumando, me parece más apasionante. Sí, hay sucesos imprevisibles que revolucionan nuestra vida. Me gustaría explicarles una historia absolutamente cierta que me impresionó.

      Una niña, de Val de Oise, marcó el nº 18, que es el teléfono de los bomberos franceses. Les manifestó que su madre no se encontraba bien, que había tomado unas pastillas... y que estaba dormida en el sofá. La madre se salvó. Si la niña estuviese jugando en la casa del vecino; si... (etcétera). La vida de esa mujer, creo, quedará revolucionada. Con una imprevisible y profunda revolución interior.


                                                                                                                                                       David L.

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